A. Lapierre- B. Aucouturier
Editorial Científico-Médica
Barcelona
Obra sobre
la importancia de una educación vivenciada y personal a través del cuerpo y del
movimiento, desde los primeros momentos de la vida, escrita en colaboración por los dos nombres fundamentales de la psicomotricidad educativa, André Lapierre y Bernard Aucouturier.
¿Por qué no nos damos cuenta
de que sin esa vivencia es complicado empezar, pongamos, a los 15 ó 16 años,
a ser autónomo y responsable y a vivir una vida plena de acuerdo a nuestros deseos, en armonía con nosotros mismos y con los demás?
Según los autores, en muchos casos se
considera al niño un objeto, y no un sujeto que experimenta sus propios deseos
y que en muchas ocasiones renuncia a ellos, de una forma
inconsciente, porque tiene miedo a desaparecer en el deseo del otro, del adulto, de sus padres, más tarde
de sus profesores, después de sus jefes, de su pareja… en una vida basada en
complacer a los demás y no afirmarse nunca como sujeto. El niño así condicionado
en sus afectos y en sus actos también puede revelarse contra esa tiranía
ejercida por los adultos con, en la mayoría de los casos, la mejor intención, y
se convierte en un niño y adulto “problemático”, porque la agresividad primaria
que ha sacado y que es natural al ir encontrándose con obstáculos que se oponen
a su deseo, en vez de ser canalizada de una forma adecuada y saludable ha sido
culpabilizada. Es necesario
aprender, a través de la propia vivencia y experiencia, y no a través de la
prohibición y la imposición, que nuestros deseos en ocasiones se van a
encontrar con obstáculos que nos van a impedir realizarlos, y la aceptación de
esta realidad, la tolerancia a la frustración que nos ocasiona esta
imposibilidad de realización de algo que deseamos, es también una actitud
saludable.
Si
favorecemos que el niño adquiera confianza y seguridad en sus capacidades y en
sus logros porque tienen su origen en su propio deseo, en sus propios
intereses; si sabe que tiene el afecto incondicional de sus figuras de apego (porque
ese afecto no está condicionado a que el niño se adapte constantemente al deseo del adulto) podrá desarrollar todo su potencial y ser una persona
responsable, autónoma y comprometida con su propia vida, y se relacionará de una forma saludable consigo mismo, con su
entorno y con los demás.
La
educación basada en la propia vivencia del niño persigue estos objetivos, favoreciendo
una búsqueda personal de cada niño, que tiene así la oportunidad de experimentar
el deseo, de tener unos objetivos propios y no impuestos. Cuando el niño experimenta el deseo actúa, se está afirmando como
sujeto. Si el adulto no interviene relegando al niño a un papel pasivo (dándole
todo hecho=objeto) ni culpabiliza ese deseo, sino que lo escucha y favorece
dentro de unos límites razonables y aceptables (con esa experiencia que el niño
va adquiriendo él mismo va a saber dónde están los límites propios y ajenos), esa
acción pone al niño en situaciones diversas que tiene que afrontar para
alcanzar su objetivo. Desarrolla así la perseverancia, el esfuerzo, conoce sus
propios límites y aprende a respetar los límites que le pongan los demás. Si el
adulto interviene constantemente con sus juicios el niño renuncia a su deseo o
saca una agresividad destructiva. Si interviene con su “ayuda” cuando no es
necesario el niño se hace pasivo y dependiente y será un adulto inmaduro.
Los
autores explican cómo surge el deseo en el niño. Desde que aparece el primer
acto voluntario el niño siente la necesidad de afirmarse como sujeto, ya no
quiere ser objeto. A través de la exploración va descubriendo y conociendo su
cuerpo, sus posibilidades y limitaciones, descubre los objetos y a los sujetos,
descubre que puede coger cosas y lanzarlas invistiendo un espacio al que aún no
puede acceder por si mismo. Más tarde descubre que puede desplazarse por el
espacio, alejándose de la figura de apego. Cuando el niño empieza a alejarse y cuando
del espacio horizontal va pasando al vertical, hay un sentimiento de
inseguridad pero también experimenta el placer de la liberación, de liberarse
de lo seguro, de ser capaz por sus propios medios de hacer todas esas cosas, y adquiere una gran confianza y seguridad en si mismo. También va conquistando el
espacio sonoro a través del grito, del ruido, de los sonidos propios y de los
objetos. Hay que dejar que los niños tengan esas experiencias todo el tiempo
que necesiten y deseen, porque van logrando toda una serie de conquistas
personales que tienen una enorme importancia para su vida futura. Si el niño tiene que renunciar a
todas esas vivencias experimenta una enorme angustia, pero al mismo tiempo vive
la angustia de que no renunciar va a suponer desaparecer en el deseo del
adulto, por lo que se da un conflicto muy fuerte que desemboca en la
resignación (que es agresividad hacia uno mismo) o en la agresividad
destructiva (deseo de que las figuras de autoridad desaparezcan)
La
psicomotricidad educativa favorece que el niño (y también los
adultos) a través del movimiento libre, de la expresión libre de todas sus
pulsiones, de la desculpabilización de su deseo y de sus iniciativas, de la
aceptación de la agresividad primaria… desarrollando diferentes dinámicas y
encuentros con uno mismo y con el otro, resuelva esos conflictos que le
bloquean y le impiden un desarrollo pleno.
De
si el niño ha podido experimentar todas sus pulsiones en un terreno
inconsciente va a depender su posterior desarrollo consciente, la aparición del
pensamiento abstracto. Pero la adquisición de estos nuevos conocimientos
también debe darse desde el deseo, desde el interés personal de cada niño y no
desde la imposición y la rigidez. Por eso dicen los autores que es necesario
repensar la escuela, debate que sigue vigente en la actualidad…
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